A
I.
El joven aprendíz carga con el pesado libro y
sube la escalera en espiral que lo llevará a su celda, donde deberá estudiar
los textos escritos en todos los idiomas, cientoveintitrés veces, cada mañana,
tarde y noche, antes del cenit de la luna.
II.
Aprenderá a honrar al Sol cada amanecer, con el
trabajo de los animales, el ayuno, el trabajo sobre uno mismo y el cuerpo.
III.
Llamarán meditación al tiempo de silencio.
También habrá momentos de letanías y momentos de cuestionamientos. Sabrá
ordenar todos los estantes de su mente.
IV.
Honrará el silencio como el Gran Maestro, aquel
que nos encuentra directamente con Lo que Es.
V.
Mirará con ojo crítico y con foco en lo
Importante, a fin de detectar brillos y limar asperezas. Cincelará un arma, su
arma, a modo de tendum.
VI.
Esta arma cincelará a su vez sus manos, las del
joven aprendiz, mellando y fortaleciendo sus caras y aristas. Del metal puro
sacará el brillo de la Verdad.
VII.
Aprenderá a embellecer su arma solamente con los
motivos justos y necesarios. Aprenderá a
ser medido, mesurado y a no tentar a la codicia ni la envidia.
VIII.
De los envidiosos aprenderá el don del
ascetismo. De los charlatanes aprenderá el truco. Sabrá olisquear aquello que
cada comensal sostiene en la punta de su tenedor. De los pasos infinitos en escalada
sobre la roca con sus pies descalzos, sacará llagas, que fortalecerán su sostén
y su avance.
IX.
De las noches en soledad aprenderá el arte de
escuchar el silencio, de quien se dice enseña a distinguir la respiración de un
ratón de la de una serpiente.
X.
De los brillos en los ojos de las personas, el
alma discrimina entre profundidades, así como del sonido de la caída de una
palabra, se estima la profundidad de un pozo.
Pero para eso el joven aprendiz deberá transcurrir en la
torre el tiempo suficiente para contar las peripecias de cuatrocientos veinte
familias de arañas, en sus doscientas y tres mil generaciones. Una vez aprenda
que cada partícula de su cuerpo es Dios, y aprenda a oír y percibir su
nacimiento y su muerte, el Universo le otorgará el Don de la Visión, que es el
Don del Amor.
B
I.
La monja abandona el recinto. Sube a su caballo
más amado, cierra asegurando sus escasas pertenencias y parte a través de la
llanura. Debe ser veloz y sagaz si no quiere ser detectada por las fuerzas de
control del formidable fortín. Cabalga día y noche sola a través de los pastos,
donde joyas y gemas yacen esparcidas por todas partes, tentando al prófugo a
detenerse por ellas. Cuando finalmente llega al plazo de 7 noches, penetra en
el bosque profundo.
II.
Ahí ella está sola, o cree estarlo, y no
distingue en un principio el llamado de Los Seres. O los confunde con los ecos
de los sonidos que su Soledad le trae de recuerdo del pasado.
III.
Ella está sola en el bosque y se encuentra la
primera noche con un venado. Es un animal joven y hermoso. Sus patas están
torneadas por la belleza, y el naciente cuerno en su frente brilla como una
perla a la luz de la luna. Esa noche esa luna y la joven monja se han podido
ver a través de los árboles. Y ha aparecido un venado. El venado la llama, se
acerca, le lame las manos y le da consuelo. Le dice que no está sola y que él
cerca estará. Es todo hermoso y brilla como la luna. Pero no es la luna.
IV.
El venado rompe con la paz de la monja. “Es un
ser maravilloso y me habla”. “Sí, le dice la noche, pero no es tu Misión. Tu
misión es regresar con la luz del Sol.”
Ella lo continúa viendo en sueños
pero lo aleja de su pensamiento.
V.
Cuando a la tercera jornada de noche, la monja
se enfrenta a una total oscuridad de luna, su fortaleza no ayuda y llora. Llora
y extraña al Venado hermoso y lo llama. Lo llama y el Venado acude a su primera
noche de total oscuridad. Es oscuro como ella y le confiesa que se encuentra
triste por no poder brillar como la Luna. El Venado envidia a la Luna.
VI.
Al otro día los débiles rayos del sol abrigan la
esperanza de la Monja, quien retoma el camino, muy temprano, y por el cual
avanza fatigosa.
VII.
Cada jornada se hace intensa y el bosque cada
vez más cerrado. Y aparecen las manchas de fango. Las manchas de fango en
realidad son ciénagas, y en las ciénagas están los muertos. Apestan y succionan
los pies, pero son un paso inevitable para retomar la otra orilla del bosque.
VIII.
Las noches se hacen más de noche y la Monja a
veces llama a su amigo el Venado, quien la ayuda a pasar su soledad, mientras ella escucha su penar. No entiende
cómo siento el Venado tan hermoso solamente llore de envidia al astro.
IX.
A los 3 meses de encierro, aparece ante su vista
La Serpiente, heroína enroscada y de cuentos, poseedora de unos ojos que ven
más allá de la Oscuridad. La Serpiente anda por los suelos, y por ello es que
ella puede ver con qué seguridad camina el Humano.
X.
La Serpiente es muy sabia, y siempre ha sido
utópica. Y como es tan antigua, siempre ha estado aquí para ayudarnos.
XI.
La Serpiente le dice: “Monjita que haces votos, ¿de qué te escapas?
¿Por qué has huido de tu lugar? ¿Por qué has elegido la Noche? ¿De qué tienes
miedo?”
XII.
Ante el desconcierto, La Serpiente pregunta:
“¿Confías en mí?”
XIII.
La Monjita huye asustada.
XIV.
/Comienza el derrotero de la Monja./ Asustada,
la joven huye de La Serpiente. Luego de correr y correr, se detiene a respirar
y se siente desfalleciente. Mira sus manos: sangre. Observa lo que tiene
apretado en ellas: una reliquia. Con Ira, arroja el objeto al suelo. Con miedo
se pregunta aquello que resuena en su cabeza: “¿De qué huyo? ¿Confiaré en esa tal Serpiente?”. Piensa que
lo mejor es ser precavida con aquella tan osada. Recarga sus pulmones, y
mirando el objeto tirado en el suelo, suspira con alivio y vuelve a correr.
XV.
Ahora se siente más liviana del objeto metálico
y pesado aunque extraña su orfebre belleza. Una reliquia de otro tiempo, que le
recordaba valores y anécdotas de su familia. Nada más. Es preferible tener las
manos libres. Y además, la herida inconsciente sangra y duele.
XVI.
Lleva corriendo y huyendo cuatro largos meses. Los últimos tiempos han
sido más duros ya que debido al susto de La Serpiente, su camino se ha
desviado. Ella presiente que levemente, pero de verdad, presiente que está muy
perdida y el sol está tan lejos que poco a poco pierde su rumbo. Tiene miedo
pero no quiere saber nada con el miedo.
XVII.
De sus dolores lunares aprenderá que todo tiene
su tiempo. Que las pausas son necesarias para respirar, y que ningún cuerpo
puede entrar en nosotros si no lo permitimos el ingreso. Aprenderá lo necesario
que es depurar y limpiar. Del placer de saberse vivos y en funcionamiento.
XVIII.
“Y que la vida es una y ante el desconcierto:
huye o afronta”, le susurra la Noche.
XIX.
Una de las noches/días, en esos confusos
momentos de atontamiento y aburrido abatimiento que la monotonía del bosque le
ofrece, ella se encuentra con un Ser. Mono,
algo-que-quisiera-ser-Humano-o-que-juega-con-serlo. El Ser la entretiene y
divierte. Su existencia le resulta interesante y le ayuda a pasar la Soledad en
menos Silencio. De alguna forma ella siente que ya a conocido a ese ser antes,
y una de las noches recuerda que le recuerda a su pueblo. Ella bendice al Mono
y lo deja ir.
“Huyo de no saber.”
Cuando llegue la Total Noche ella sabrá que su verdadera
Naturaleza es la de la Sacerdotisa, la que invoca la noche y la amansa, la que
atraviesa desiertos dentro y fuera de la gota. La que extirpa tumores con una
de sus pestañas, la que es Madre y siempre Hija y Hermana.
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